“¿Viste mamá?, ¡todos tienen un sombrero diferente! ¡Te lo dije, mi sombrero no es igual!”. Me reclamó mi niño de seis años al dejarlo en el portón de la escuela esta mañana. “Sí los ví Emilio. Todos tienen una pava de jíbaro y tú tienes un sombrero de paja distinto. No hay nada malo con ser diferente. Al contrario, es muy bueno ser único y especial”, le decía mientras intentaba convencerlo de que no le diera importancia a si sombrero era o no como el de los demás.
Sin embargo, cuando me acerqué a su rostro para despedirme, sus ojitos me dijeron mucho más que sus palabras y fue cuando me percaté de que estaba cometiendo, a mi juicio, un error inmenso. En ese mismo momento me dije: “¡Laura, detente! Conecta con la situación. Estás interpretando este hecho de manera equivocada. El asunto aquí no es “ser único y especial”, es ¡el sentido de pertenencia! Mi niño quiere sentirse parte del grupo. En este momento no quiere ser diferente. ¡¡Y no hay nada malo con eso!!
Como destellos de luz y a toda prisa, llegaron a mi mente más pensamientos. Recordé que el sentido de pertenencia es crucial para un desarrollo emocional saludable. Todos necesitamos sentirnos parte de algo, sea a nivel familiar, laboral, comunitario, organizacional, etc. Precisamente, las necesidades sociales es el tercer nivel de la reconocida Pirámide de Maslow (1943).
Muchos expertos detallan además la importancia de éste para la autoestima y su impacto en las relaciones interpersonales y hasta en el comportamiento humano. ¿Sería ésta la razón por la que a veces los niños, los jóvenes o nosotros mismos, preferimos aislarnos o recurrir a conductas o hábitos no apropiados, experimentando sus consecuencias, por no sentirnos parte de algo o aceptados? ¿o tal vez por llamar la atención para ser reconocidos y sentirnos importantes?
Está bien ser distinto. Todos lo somos. Sin embargo, somos seres sociales por naturaleza, necesitamos sentirnos queridos, aceptados, reconocidos..en fin conectados con las personas en nuestro entorno.
Una vez me detuve y conecté con mi hijo en ese momento presente, transformé mi vehículo en un avión y volé a buscarle una pava para que se sintiera parte del grupo de jíbaros de primer grado. Estaba feliz y yo también.
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Un abrazo,
Laura Teruel
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